23.9.22

La ciudad de los bosques y la niebla.



- La ciudad de los bosques y la niebla: Textos recuperados. Emiliano González.
 


Como homenaje a ese escritor empeñado en ser sui generis que fue Emiliano, Miguel Lupián recupera varios textos en su mayoría nunca antes recopilados en libro y que en conjunto ilustran prácticamente toda la carrera de González. 


Se divide en cinco secciones: El Sendero (cuentos tempranos), El Bosque (textos sobre seres fantásticos), La niebla (textos cercanos tanto a la ciencia ficción como a lo maravilloso más que fantástico), Las Ruinas (prosa poética) y El estanque (microficción). 


Lo mejor de González fueron siempre sus cuentos, su prosa narrativa. Lo peor, sus ensayos. Y a medio camino, su poesía. La presente antología viene a confirmarlo: 


Pues es ‘El Sendero’ la mejor sección. Aunque los primeros cuatro cuentos presentes se sienten un poco verdes son ya excelentes piezas de terror atmosférico. Y el quinto, “Lo que trajo la red”, tendría que haber sido parte de cualquiera de las colecciones de cuentos propiamente dichas de González, fuera ‘Los sueños de la bella durmiente’ o ‘Casa de horror y de magia’. Por sí solo, El Sendero es un agradable reencuentro con el primer y mejor Emiliano, que brindaba cuentos de terror y fantasía a imitación y reelaboración de sus mejores influencias. 


Luego, como el resto de su obra, las demás secciones flaquean. “El Bosque” y “La niebla” oscilan entre cuentos todavía curiosos, que no necesariamente buenos —y otros textos más bien anémicos, sobre todo una vez aparece el erotismo siempre balbuceante de González. 


“Las ruinas” y justo antes de ello su única obra de teatro ‘El Rey (Trova-love)’ son lo más fallido de su penúltima etapa, salvo una que otra imagen poderosa. 


Y en cuanto a ‘El estanque’ resulta que como autor de micro-cuentos Emiliano fue un excelente forjador de aforismos. Más que brevísimas narraciones son todos símiles a veces ocurrentes y muchas veces un poco flojos. 


Dicho así podría sonar como que el libro es decepcionante en su conjunto; yo diría que no, pues justamente resume lo que fue la obra de este autor tan particular y a veces tan desordenando que fue González. Quería llevar a sus lectores del infierno al cielo, pero como apuntó Domínguez Michael, su infierno está vacío. Su paraíso también. Y sin embargo a  ratos podemos vislumbrar la obra que realmente quería hacer, como un truco escondido detrás de un espejo todavía envuelto en plástico que de tan viejo se ha vuelto sudario. 


En fin, una curiosidad como pocas. 


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