Ella era una extraordinaria soprano, y se le alababa tanto la voz angelical como la piel tan pálida y lisa que semejaba vidrio pulido; él era un crítico de música que se distinguía por un oído tan fino, que se decía contaba con un tímpano de cristal. En el concierto ella entonó una excelsa aria que comenzó lenta y sutil como la caricia de un amante en seda, continuó alzándose en tono y potencia cual bola de nieve rodando cuesta abajo, y culminó con un estallido sonoro que elevó su voz hasta inundar el teatro y resonar en el tuétano de cada espectador. Mientras, él apuntaba en su libreta que aquello no podía ser producido por la voz de una mortal, era más bien el tañido de una campana celeste. Ese clímax melódico y esa crítica apasionada fueron los últimos actos de sus respectivas carreras, pues en ese instante la voz de ángel alcanzó una nota altísima, tan alta que todos los vidrios a la redonda explotaron, de modo que él quedó sordo y ella se hizo añicos.
28.4.07
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1 comentario:
Como siempre, con esa ironía ya tan tuya. La idea es muy original, sin embargo me resultó un tanto predecible, no sé si sea que ya conozco la forma en que abordas tus cuentos, pero sí sentí que ya me imaginaba lo que iba a pasar aún antes de la mitad del relato.
De todos modos, es bueno y con mucho ingenio.
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