12.2.22

En busca del tiempo perdido, II.




- En busca del tiempo perdido, vol. 2 A la sombra de las muchachas en flor. Marcel Proust. Trad. de Pedro Salinas


Sigo con mi plan de leer “En busca del tiempo perdido” en su totalidad, a razón de un volumen por año. Pues sí, plan de siete años; supongo, quizás tengo la esperanza en ello, que para cuando acabase sería yo otro. Como lo sería esta inmensa novela. 


Pero no hace falta apresurarse, más tratándose de una novela como ésta, en la que todo ocurre con la lentitud no tanto del recuerdo, sino del análisis que hacemos de nuestros propios recuerdos. Del momento en que nos percatamos de qué tanto la percepción influye sobre nuestras sensaciones. 


Resulta largo el relato, muchas veces denso. Más de una vez irrita y otras tantas de pronto deleita. Es como un enorme vaso de agua salpicado con varias gotas de licor traicionero. 


La anécdota es mínima, o mejor dicho es el tipo de anécdota que puede dar para un cuento o para un relato eterno: Es el paso de la infancia a la adolescencia del personaje narrador, visto teóricamente a partir del antes y el durante de una larga estancia en una playa imaginaria, Balbec. O es el relato de dos tempranos amores más bien fallidos. 


Pero buena parte de esos amores no ocurren más que en la mente del personaje, rasgo con que algunos se identifican y a otros hace perder la paciencia. Podemos ver los indicios de que el chico más bien desespera a ambas muchachas, que no saben como sacárselo de encima. O podemos pensar que se trata de amores que sólo pueden ser bellos en lo abstracto y que si intentan pasar a lo físico se degradan. O no, puesto que la primera lleva placenteros juegos de absoluta carga erótica con él, pero luego lo abandona por un novio, harta por fin de hábitos más bien cursi. O la segunda, que en el momento en que él intenta besarla, ella grita y hace sonar una alarma. 


Dicho más claro: He ahí el asunto de la percepción, y que además llega hasta el lector. Si tomamos lo que se nos narra tal cual o si dudamos, componemos nuestra propia versión de los hechos. 


Pero todo esto que he dicho apenas si es un aspecto de todo este libro. Ostensiblemente aquellas serían “las muchachas en flor”, pero, ¿quién dice que así sean?


Porque hay mucho más de que hablar. Del asunto de la pintura y la fotografía. De las etiquetas sociales, de nuevo con el matiz de si le creemos al narrador o si por el contrario nos parecen un catálogo de ridiculeces. O, de nuevo el arte, esa actriz que unos ven sublime y otros ridícula. Del antisemitismo, con el famoso caso Dreyfus como telón de fondo. Y, como no, de la tenue membrana que separa la amistad del amor, y no solamente entre chicos y chicas…


Una obra que exige leerse con paciencia y pensar largo y tendido sobre todo cuanto dice. En esto, desde luego, una obra óptima para estos tiempos de guardar. ¡Qué remedio!


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