12.10.07

De seres de ultratumba y muertos ambiguos

El vampiro (1957, de Fernando Méndez) es una película de terror mexicano considerada "de culto", a menudo equiparada con las obras góticas de Carlos Enrique Taboada y con algunas obras televisivas como la muy aplaudida "La hora marcada"; algunos críticos opinan incluso que es uno de los pocos acercamientos "aceptables" de la cinematografía mexicana al tema de los vampiros --tanto así que el actor de origen hispano, Germán Robles, que interpreta al personaje del título es considerado el vampiro mexicano por excelencia (puede vérsele interpretando más o menos el mismo papel en películas como "El ataúd del vampiro" o "El castillo de los monstruos"). En mi opinión, éste punto de la película está ligeramente sobrevalorado.
Y es que el grueso de la película básicamente es una reelaboración del mito arquetípico del vampiro anglosajón (de hecho, el guionista Ramón Obón admitió en algunas entrevistas que "El vampiro" era básicamente "Drácula trasferido a una hacienda mexicana") pero que en éste punto en específico aporta muy poco al mito universal, además de contar con efectos especiales que definitivamente no han resistido el paso del tiempo (literalmente es el tipo de película en que pueden verse los hilos que sostienen a un murciélago en vuelo).

Sin embargo hay también algo indudablemente escalofriante en ésta película. Parte de ello proviene del atmosférico escenario en que trascurre la mayor parte de la historia (La hacienda de los Sicamoros, que por cierto aparece en varias producciones de terror nacionales, a veces como guiño y otras como auténtico plagio); pero sobre todo de un pequeño argumento insertado dentro de la trama principal y muchos admiten, es mucho más efectivo.

La heroína Martha (Ariadne Welter), recién llegada a la Hacienda de los Sicamoros, se entera de que su tía María Teresa (Alicia Montoya) y su tío han muerto en circunstancias misteriosas, y que su otra tía, Eloisa (Carmen Montejo) está actuando de una manera muy extraña (no sale más que a la puesta del sol). El caso de Eloisa lo conocemos desde la primera escena: ella ha sido mordida por el inmigrante Conde Lavud (Germán Robles), y es ahora una vampira bajo sus órdenes. Pero extrañamente Martha siente aún la presencia de María Teresa, a quien estuvo muy apegada de niña, e incluso parece escuchar su voz en las noches. Este presentimiento llega a su clímax en una escena en que, a plena luz del día, Martha entra a la habitación que fuera de su tía y se encuentra a la propia María Teresa, imposiblemente demacrada, rodeada de telarañas y blandiendo un enorme crucifijo.

En el momento, insisto, tal imagen resulta mucho más inquietante que los ataques de los dos vampiros a la población local. Y es que a los vampiros los conocemos y entendemos: sabemos que son criaturas de la noche, que se convierten en murciélagos para robar la sangre de vírgenes inocentes y que pueden ser destruidos por la luz del sol o por una estaca. Pero la tía es más enigmática. ¿Ha vuelto de la tumba como fantasma o en verdad no murió? Si no murió, ¿como pudo sobrevivir a los monstruos que han arrasado con el resto de su familia? Y sobre todo, ¿por qué parece acosar a su sobrina, con quien antes fue tan buena? A esto se suma la aparente contraposición de los elementos que la rodean: aparece bañada en luz y con un crucifijo, que deberían de ser elementos positivos, pero ella misma luce espectral y las telarañas y el polvo que la rodean parecen aludir a algo en decaimiento. En resumen es algo que no debería de ocurrir, pero que ocurre y que nos causa miedo porque no sabemos qué es lo que quiere.
El resto de la película sigue más o menos las convenciones del cine de género: poco a poco nuestra heroína se rodea de aliados, la identidad y motivaciones de la tía son revelados y todo culmina con una lucha arquetípica entre el bien y el mal (salvo por el detalle de que el acostumbrado héroe caballeresco que rescata a la doncella en peligro aquí es superado por una anciana sorprendentemente poderosa). Y sin embargo, la imagen de la muerta ambigua permanece en nuestra mente por un largo tiempo...
Obviamente he generalizado como reaccionarían distintas personas a esta película; como he señalado al principio, "El vampiro"se mantiene como película "de culto" tanto dentro como fuera de su país de origen, y es indudable que muchos la disfrutan de cabo a rabo. Con todo, sigo pensando que nuestras obras de miedo más logradas comparten la curiosidad de presentarnos monstruos más ambiguos que, por ejemplo, los que pueblan el imaginario estadounidense (los cuales son principalmente invasores hostiles; no en balde el monstruo estadounidense por excelencia es el alienígena), acaso como un reflejo de nuestras propias actitudes ante la muerte y la violencia. Sabemos que el ser humano es capaz de mayores atrocidades que las que se podrían atribuir a cualquier ser de ultratumba. Como los orientales, en cambio, sabemos que el límite entre el mundo de los vivos y el de los muertos no es preciso, y que sus fronteras pueden confundirse con facilidad...

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