“Siento que alguna vez, por alguna causa imprevista, la vida de alguien sobre la tierra no se extinguirá nunca; que sus pasos serán cada vez más firmes y que su voz se escuchará siempre con la continuidad y vigor de los ríos. Siento que hay una música que no concluirá jamás en el tiempo y que un mismo soplo de aire agitará hasta la eternidad el mismo árbol. Antójaseme, por no sé qué razones, que en el momento menos pensado se abrirá la tierra por todas partes como una misteriosa granada madura y que germinarán hasta en los riscos menos propicios, flores y frutos desconocidos, aromas que nadie ha aspirado y formas nuevas en qué deleitarse. Para estupor del que sobreviva estallarán los viejos astros y surgirán otros nuevos, y a cada alumbramiento de éstos, el mar rebasará sus límites, arrullará las ciudades y el perfume de sus algas será tan intenso que se marchitarán los retoños en sus tiestos, aunque la juventud infinita les será otorgada a los hombres. Nadie hablará más de la hiedra en el muro, ni de la puerta en el muro, sino de la nueva montaña; nadie cultivará la hiedra, ni el enebro, ni las madreselvas, porque la tierra producirá unas flores azules de cristal que, trepando por la corteza de los árboles, derramarán su contenido sobre el que camina…”
-- Francisco Tario. La puerta en el muro (1946).
“Y poderoso fuego estremecerá los nombres de los que vuelven de la muerte purificados. Y se abrirá el Libro de la Vida. El viento dejará flotar su túnica y las zarzas florecerán quedándose sin sed y sin lágrimas. Y la tierra será absoluta claridad con sus árboles redivivos. Porque se abrió el Libro de la Vida.”
“Y poderoso fuego estremecerá los nombres de los que vuelven de la muerte purificados. Y se abrirá el Libro de la Vida. El viento dejará flotar su túnica y las zarzas florecerán quedándose sin sed y sin lágrimas. Y la tierra será absoluta claridad con sus árboles redivivos. Porque se abrió el Libro de la Vida.”
-- Guadalupe Dueñas. Tiene la noche un árbol (1958).
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