FRAGMENTO APÓCRIFO DE PAUSANIAS
Teseo persiguió el ejército de las amazonas, cautivó su reina y la sedujo. La tropa de mujeres huyó sobre el Bósforo congelado, montada en caballos de alzada soberbia. Una de ellas murió en el sitio de su nombre, donde los atenienses la recuerdan y la honran. Las fugitivas volvieron a perderse en la estepa de su nacimiento, socorridas de la brumazón.
Un autor anónimo refiere las valentías del hijo de Teseo y de la amazona
cautiva. Se atrevió a solicitar el amor de la sacerdotisa de un culto severo,
dedicado a una divinidad telúrica, reverenciada y temida por los esclavos
asiáticos. 
El joven licencioso contrajo una rara enfermedad de la mente y vagaba
delirando por la ciudad y su campiña, amenazando con volverse lobo. 
Teseo escucha el parecer de viajeros memoriosos, habituados a la nave y a
la caravana, y manda por un médico hasta el valle del Nilo. 
El sabio se presentó al cabo de un mes y consiguió sanar al mozo delirante
por medio de la palabra y envolviéndolo en el humo de una resina balsámica. 
Teseo fiaba en la medicina de los egipcios y los tenía por el pueblo más
sano y longevo de la tierra. 
El médico dejó, en memoria de su paso, una efigie de su persona. Yo la he visto
entre los simulacros y ensayos de un arte rudimentario. 
La figura del egipcio, de cráneo desnudo, mostraba la actitud paciente y
ensimismada de un escriba de su nación. 
 
 
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