“Todos mis relatos, por muy distintos que sean
entre sí, se basan en la idea central de que antaño nuestro mundo fue poblado
por otras razas que, por practicar la magia negra, perdieron sus conquistas y
fueron expulsados, pero viven aún en el Exterior, dispuestas en todo momento a
volver a apoderarse de la tierra”. (Lovecraft, citado por Llopis, Los mitos de Chtulhu., 39 – 40).
Una vez asentado éste tema, pasó a influir la obra
de otros autores[3],
en muchos casos inscritos en otras tradiciones literarias y que escriben en
otros idiomas. Por ejemplo, en la literatura fantástica escrita en Español.
Sobre este punto, el escritor Mexicano Emiliano
González señaló en la introducción a su antología “Miedo en Castellano”,
aparecida en 1973 que:
“Pocas veces nos permitimos (los escritores de
miedo en Español) el juego del horror cósmico y el pánico interestelar. De Poe
a Lovecraft, preferimos a Poe”. (González, Miedo
en Castellano., 8)
Sin embargo ha habido textos escritos en Español
que no solamente participan de este tema literario, sino que inclusive son
abiertos homenajes al propio Lovecraft. Como breve muestra, paso a analizar
tres de estos cuentos-homenaje, en orden cronológico: El cuento “There are more things”, del Argentino
Jorge Luis Borges, aparecido en 1975; “Presentimiento de la locura”, del
Español Leopoldo María Panero, aparecido en 1976; y “El devorador de planetas”,
del propio González, aparecido en 1989.
“There are
more things” pertenece al libro de cuentos “El libro de arena”. El título
en Inglés es una alusión a la obra de teatro “Hamlet”, de William Shakespeare[4], y
está dedicado justamente “A la memoria de Howard P. Lovecraft”. El argumento
puede resumirse así: el narrador, cuyo nombre ignoramos, se encuentra
estudiando Filosofía en la Universidad de Texas cuando recibe la noticia de que
su tío Edwin Arnett ha muerto. Nuestro narrador se desplaza a Lomas de Zamora,
Argentina, que es donde vivía su tío, para averiguar lo que ha ocurrido con una
de sus propiedades, llamada “La Casa Colorada”[5]. Esta
casa fue adquirida por el misterioso Max Preetorius, según le informa a nuestro
narrador Alexander Muir, amigo del difunto y arquitecto diseñador de la Casa
Colorada. Hablando con Muir y con otros locales, el narrador se entera de que
la Casa Colorada fue remodelada por completo y que han ocurrido cosas extrañas
en ella: todas las remodelaciones que Preetorious ordenó fueron realizadas de
noche y a puerta cerrada; las araucarias de la finca fueron taladas y un perro
que le pertenecía al tío, fue hallado “decapitado y mutilado” en la acera; el
carpintero que se encargó de las renovaciones declara que “por todo el oro del
mundo (…) no volvería a poner los pies en la casa” (Borges, 62). Finalmente, el
diecinueve de Enero de 1922[6] y en
medio de una tormenta, el narrador encuentra la casa abierta y decide entrar en
ella. Dentro, encuentra muebles monstruosos de los cuales nos dice:
“No trataré de describirlos, porque no estoy seguro de haberlos visto, pese a la
despiadada luz blanca. Me explicaré. Para ver una cosa hay que comprenderla (…)
Ninguna de las formas insensatas que esa noche me deparó correspondería a la
figura humana o aun uso concebible” (Borges, 63 – 64)
Tras explorar el segundo piso el narrador decide
irse de la casa, pero justo en ese momento siente que se acerca el habitante de
la casa, y que no es Preetorius, pues éste había ya dejado el país. Sobre el
verdadero habitante, nos dice solamente el narrador las siguientes palabras,
con las que termina el cuento:
“Mis pies tocaban el penúltimo tramo de la escalera
cuando sentí que algo ascendía por la rampa, opresivo y lento y plural. La
curiosidad pudo más que el miedo y no cerré los ojos”. (Borges, 65)
Éstre cuento posee una gran cantidad de referencias
literarias y filosóficas. Por ejemplo, sabemos de Arnett (el tío del narrador)
y de Muir por sus intereses. De Arnett sabemos que instruyó al narrador en el
idealismo de Berkeley, las paradojas eleáticas y los tratados de Hinton.
Sabemos también que gustaba de leer a Wells y que su perro se llamaba Samuel
Johnson[7]. En
cuanto a Muir, sabemos que es un rígido seguidor de John Knox, fundador del
Presbiteriaismo, una rama del Protestantismo con raíces Calvinistas y que
proponen la fe, no las obras ni la veneración de imágenes como única manera de
salvación. Es curioso que Muir llame al misterioso Preetorius “judezno”. Por su
parte, conforme el narrador investiga lo que ha ocurrido en la casa, tiene un
sueño en el que se alude al grabador Giovanni Battista Piranesi (quien lo mismo
reproducía fidedignamente ruinas reales que edificios imaginarios) en el cual hay
un laberinto, o mejor dicho un anfiteatro que representa al laberinto. En el
centro de este se encuentra el minotauro, pero en palabras del narrador: “Era
el monstruo de un monstruo”. (Borges, 60).
Lo que ocurre en este cuento, entonces, es que los
personajes viven en un universo ordenado y cordial (Muir y Arnett eran amigos
íntimos) en el cual poco a poco se infiltra el caos. Todos los muebles y libros
de Arnett (como el globo terráqueo y los cubos de colores; es decir, mapas y
representaciones del orden geométrico) fueron tirados a un vaciadero y en su
lugar la casa fue objeto de modificaciones que los personajes llaman
“abominables”. No sabemos tampoco qué objetivo perseguía Preetorious, ni su
relación exacta con el monstruo que ahora habita la casa. Sin embargo, el
narrador no puede evitar algunas ponderaciones sobre este monstruo en cuestión.
Al hurgar entre los muebles inexplicables que lo anteceden[8],
primero le viene a la mente el término ‘Anfisbena’[9]. Y
después se pregunta: “¿Cómo sería el habitante? ¿Qué podía buscar en este
planeta, no menos atroz para él que él para nosotros?” (Borges, 64). Por
inconcebible que resulte el monstruo, el caos, hay algo también de intrigante
en él.
“Presentimiento de la locura” pertenece al libro
“El lugar del hijo”, aparecido en 1976[10]. Este
cuento también está narrado en primera persona, pero aquí conocemos el nombre
del narrador: Arístides Briant, autor de dos libros de poemas y uno de ensayos,
ninguno de los cuales tuvo éxito. Su matrimonio también está en problemas, en
gran parte por el alcoholismo de él. Arístides y su esposa, Cristina, deciden
entonces adoptar un niño[11].
Cristina escoge a un muchacho de siete años, llamado Dionisio, cuya cojera y
ojos azules despiertan de inmediato el cariño de la mujer. Arístides, por el
contrario, siente un rechazo instintivo del niño desde un principio. Aun y así
procede la adopción; pero desde esos primeros meses ocurren cosas extrañas:
Arístides encuentra moscas muertas en su taza de té, su mesa de trabajo e inclusive
su cama, además de telarañas aplicadas aposta sobre las páginas del libro que
estaba leyendo. Por su parte, Dionisio parece ser un niño precoz que no se
lleva con otros niños, pero que por otro lado consigue “el asombro de sus
maestros”. También exhibe un gran interés, incluso amor, por la oscuridad, por
los perros y por los peces. En una ocasión inclusive demuestra ser capaz de
nadar sin problemas en un mar embravecido, a pesar de su cojera. Cuando
Arístides le confiesa sus sospechas a Cristina, ésta lo compadece y al parecer
no le cree. Por lo tanto, Arístides ingresa a un sanatorio para desintoxicarse.
Cuando vuelve, curado por el momento de su alcoholismo, intenta sanar su
relación con su esposa y su hijo adoptivo, al cual le regala un extraño muñeco:
una cabra con cola de pez.
Este muñeco es colocado después como una trampa con
la cual Cristina tropieza y muere al caer por las escaleras. Entonces Arístides
encuentra un diario privado de Dionisio, en el cual el niño se jacta de haber
matado a Cristina y del hecho de que no es humano , sino descendiente de “un
altivo pueblo que habita desde hace milenios en el fondo del mar”. Enfurecido,
Arístides encierra a Dionisio en el ático tras propinarle una tremenda paliza.
Al día siguiente encuentra muerto a Dionisio, que se ha colgado de una viga del
techo. Y al examinar su cadáver, descubre que Dionisio tenía un muslo de metal,
y de un metal desconocido, semejante al oro; de ahí so cojera. Entonces
Arístides cierra el relato con la siguiente reflexión:
“Pensé que guardaría aquel muslo de oro como
recuerdo, porque naturalmente tendría que descuartizar a mi hijo si quería
encerrarlo en alguna maleta para llevarlo así a Innsmouth, y arrojar allí, en
una de sus playas, sus mínimos restos al mar”. (Panero, 93)
Esta última línea alude no solamente a Lovecraft,
sino a un cuento muy específico que es “The shadow over Innsmouth” (o “La
sombra sobre Insmouth”), escrito en 1931 y publicado por primera vez en 1936.
En este cuento se nos habla de un pueblo pequero cuyos habitantes hacen un
trato con una antigua raza de monstruos marinos: los habitantes obtienen oro de
las profundidades, y a cambio realizan sacrificios para los monstruos, que
además comienzan procrear con los humanos de Innsmouth. En el cuento de Panero,
Dionisio dibuja un símbolo de pez cuando Arístides le pregunta sobre lo que ha
escrito en el diario; y en ese mismo diario, el relato que cuenta sobre su
origen parece corresponderse también con la mitología del texto de Lovecraft:
“Ellos creen que soy humano, y nunca sospecharán
que pertenezco al altivo pueblo que habita desde hace milenios en el fondo del
mar; a ese pueblo cuyo orgullo le costó permanecer hasta que se cumpla el
Plazo, en las tinieblas marinas, sin salir jamás, por voluntad de Adonai[12] y de
aquellos que moran en las estrellas, y que obedecen su palabra…” (Panero, 87)
Sin embargo, el crítico Túa Blesa ha señalado en su
ensayo “Wake the serpent not” que este cuento permite también una segunda
lectura, según la cual el verdadero culpable de los hechos aquí narrados es el
propio Arístides, cuyo alcoholismo le ha hecho cometer toda clase de
barbaridades que su mente disfraza con la fantasía de los monstruos marinos. En
efecto, varias partes de la narración lo sugieren: cuando ocurren los fenómenos
de las moscas y del libro, Arístides es el único testigo de estos actos, que no
le muestra a su esposa por miedo precisamente a que lo acuse de haber hecho
esas cosas él mismo. Cuando lee el diario de Dionisio, Arístides nota que: “ni
siquiera la sintaxis, comprobé luego, era la propia de un niño de esa edad,
sino la de un adulto, la mía” (Panero, 97). Por descontado, el nombre del niño
alude al dios del vino, inspirador de la locura ritual. Mas como el relato no
lo conocemos sino por boca de Arístides, lo que hay aquí es una ambigüedad, me
parece que intencional, y en eso precisamente recae el efecto estremecedor de
éste cuento. Vale la pena señalar además que a lo largo del relato Arístides y
Dionisio desarrollan una relación tan intensa que a momentos no se sabe si se
trata de odio o de deseo velado. Aristides describe a Dionisio como: “el más
inteligente y peligroso y bello de mis enemigos” (Panero, 75) y cuando Cristina
ha muerto, Dionisio aprovecha un momento en que Arístides está solo para saltar
sobre sus rodillas y besarlo en la boca. Antes, se había aludido en el texto a
Sigmund Freud y a la homosexualidad entendida no solo como preferencia sexual
sino como: “la primitiva realidad de los lazos sociales (…) la relación social
directa, no simbolizada” (Panero, 77).
Finalmente, “El devorador de planetas” es el
segundo cuento del libro “Casa de horror y de magia”, aparecido en 1989[13]. Nuevamente
se trata de un relato escrito en primera persona, e ignoramos el nombre del
personaje narrador, aunque sabemos que es escritor de “cuentos de espanto y alucinación”.
Nuestro narrador, que ha concluido sus estudios universitarios, pasa unos meses
de veraneo con su abuelo, el cual es coleccionista de libros y astrónomo
aficionado. Una noche anormalmente clara, el abuelo se alarma al constatar un
extraño fenómeno en su telescopio: parece ser que la luna se encuentra mucho
más cerca de lo normal. El narrador no observa nada anómalo en el tamaño de la
luna, pero en cambio ve algo aún más extraño: una línea ondulada y roja que
cruza uno de los cráteres lunares. Ante estos dos fenómenos, el abuelo recuerda
una sentencia de Friedrich von Juntz,
según la cual “Cuando la luna sangra y las estrellas engordan el Devorador de
Planetas anda cerca”. El narrador, sin comprender la sentencia, sale a mirar
las estrellas al aire libre, y se alarma al notar como una estrella en que
había clavado la vista se extingue de pronto. Por su parte, el abuelo (que al
parecer vio el mismo fenómeno a través del telescopio) enloquece de miedo y
procede a quemar todos sus libros e instrumentos. El abuelo es encerrado en el
hospicio de Arkham y el narrador cierra el cuento con el conocimiento de que la
Tierra misma es susceptible de ser devorada por el monstruo que su abuelo vio
de cerca.
El texto incorpora toda clase de referencias
literarias. De entrada, Friedrich von Juntz, de cuyo “Unaussprechlichen Kulten”
o “Cultos innombrables” surge la definición del Devorador de planetas, es una
creación del autor Robert E. Howard, la cual Lovecraft incorporó a los Mitos de
Cthulhu, junto con otros supuestos libros prohibidos que también aparecen en
este cuento, como el “Libro del Kraken” de Juan de Sidonia y sobre todo el
“Necronomicon”, de Abdul Al-Hazred. También se habla de autores como el ocultista
Aleister Crowley, el astrónomo Giordano Bruno, el alquimista Paracelso, el
naturalista Plinio el viejo e inclusive el físico Albert Einstein. Estos
autores, reales y ficticios, conforman la biblioteca del abuelo, que con esto
resume toda clase de visiones sobre el universo. Pero en este cuento de lo que
se habla es de la posición del artista con respecto a su inspiración, vinculado
aquí con el universo en caos. Según nos dice el narrador, su abuelo le
aconsejaba “mirar el cielo con los pies en la tierra”; posteriormente el
narrador precisa:
“Atisbar el abismo sin caer, observar las estrellas
sin ser fulminado por ellas es una de las características que distinguen al
artista del loco.” (González, 53)
Finalmente, estos tres textos rinden homenaje al
universo literario de Lovecraft, al horror cósmico. Pero también son textos en
los que cada uno de estos autores habla de sus propias obsesiones: el
intelectualismo de Borges, la manía psicosexual de Panero y las obsesiones
artísticas de González. Lejos de hacer meros pastiches, proponen una evolución
del tema, al incorporarlo a su propio universo literario y dar paso a nuevas
lecturas e interpretaciones.
BIBLIOGRAFÍA:
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BORGES, Jorge Luis. El
libro de arena. (6ª Reimpresión) Madrid: Alianza Editorial, 2000.
-
BLESA, Túa. “Wake the serpent not”. El odio. Barcelona: Tusquets, 2002. 55 – 80.
-
BRAVO ROZAS, Cristina. “El cuento de terror en España e
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del XXIX Congreso del Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana,
Tomo III. Bacelona: Universidad de Barcelona, 1992. 119 – 132.
-
CASTILLA DEL PINO, Carlos y otros. El odio. Barcelona: Tusquets, 2002.
-
GONZÁLEZ, Emiliano. Casa
de horror y de magia. México, D.F.: Joaquín Mortiz, 1989.
-
GONZÁLEZ, Emiliano, editor. “Miedo en Castellano: 28 relatos
de lo macabro y lo fantástico”. México, D.F.: Samo, 1973.
-
GONZÁLEZ, Emiliano. “El devorador de planetas”. Cuento
publicado en: Casa de las Américas
#197. (1994): 25 – 28.
-
JONES, Stephen y Dave Carson (Eds.). H. P. Lovecraft’s book of horror. Londres: Robinson Publishing,
1994.
-
LLOPIS, Rafael. “Los mitos de Cthulhu” y “Mitos póstumos”. Los mitos de Cthulhu. Madrid: Alianza
Editorial, 2003. 11 – 52 y 513 – 515.
-
LLOPIS, Rafael. “Los cuentos de terror”. Antología de cuentos de terror, 1.
Madrid: Alianza Editorial, 1989. 9 – 14.
-
LOVECRAFT, H. P. Crawling
chaos. (2ª Edición) Nueva York: Creation Books. 1997.
-
LOVECRAFT, H. P., y otros. Los mitos de Cthulhu. (6ª Reimpresión) Madrid: Alianza Editorial,
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-
MARTÍNEZ GUTIÉRREZ, Juan Tomás. “Los límites de la
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Consultado en Julio de 2014 en: http://www.ucm.es/info/especulo/numero35/mothingd.html
-
OLIVER, José. “Análisis de ‘There are more things’ desde la
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2014 en: http://www.lovecraftweb.com.ar/sitio/?p=414
-
OLVERA VÁZQUEZ, Jorge. “Aquelarre en los bosques narrativos:
la poética de lo fantástico en los cuentos de Emiliano González”. Tesis de Doctorado, Universidad Nacional
Autónoma de México. Facultad de Filosofía y Letras, 2011.
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PANERO, Leopoldo María. Cuentos
completos. Madrid: Páginas de Espuma, 2007.
-
SHAKESPEARE, William. Hamlet,
príncipe de Dinamarca. Traducción de María Enriqueta González Padilla.
México, D.F: UNAM, 2000.
[1] El cual se presenta como
un espacio que de tan vasto e incomprensible, se antoja equivalente al cosmos.
[2] Rafael
Llopis, en su antología “Los mitos de Cthulhu” señala como antecedentes de
Lovecraft a escritores como Arthur Machen o Robert Chambers, por ejemplo.
También señala: “Pero de todos ellos, el que mejor supo expresar la angustia de
su tiempo, expresando simplemente la suya propia, fue Howard Phillips
Lovecraft” (Llopis, Los mitos de Chtulhu.,
17).
[3] A este
respecto señalaba Rafael Llopis ya en 1970: “Los Mitos de Chtluhu, una vez
estructurados, han pasado también a convertirse en nuevos elementos
constituyentes de otras estructuras más modernas (…) su influencia (en la
literatura fantástica) es ya evidente hoy, así como en la obra de Tolkien (…),
en las lucubraciones más o menos paracientíficas de Pauwels y Bergier, en ciertas
fantasías humorísticas del catalán Perucho y hasta en algunos relatos crípticos
de Borges” (Llopis, Los mitos de Cthulhu.,
38 – 39).
[4] Concretamente
es un parte de un diálogo del propio Hamlet en el acto I, escena V: “Hay mas
cosas en cielo y tierra, Horacio / de las que sueña tu filosofía”.
(Shakespeare, 111).
[5] Escrito con
mayúsculas en el texto original.
[6] El narrador
vuelve a Argentina en 1921, cuando estaba por rendir “el último examen” en la
universidad. Por lo tanto, es de suponer que llegó en Diciembre del 21 y que
sus investigaciones se extendieron hasta Enero del siguiente año. La fecha
además no es gratuita: muchos de los relatos de Lovecraft ocurrían en “la actualidad”,
que para él eran la década de los 20.
[7] Ninguna de
estas referencias son gratuitas: George Berkeley proponía un conocimiento del
universo basado en las percepciones puras, sin intervención del intelecto; las
paradojas de Zenón de Eleas (por ejemplo, la de Aquiles y la tortuga)
cuestionan la relación entre espacio, tiempo y movimiento; Charles Howard
Hinton, matemático novelista, es famoso por acuñar el término “teseracto” (o
“hipercubo”), que nos proporciona una idea de lo que sería la cuarta dimensión,
el tiempo; Herbert George Wells, escritor fundamental de ciencia ficción (por
descontado, uno de los autores favoritos tanto de Lovecraft como de Borges), y
que también ponderaba sobre los misterios del tiempo y el espacio. Finalmente,
Samuel Johnson fue uno de los principales detractores del idealismo de
Berkeley. Que el perro que lleva su nombre sufra un fin tan violento es también
un símbolo de la forma en que el universo material de este cuento es violentado por el caos.
[8] “(su)
monstruosa anatomía se revelaba así, oblicuamente, como la de un animal o un
dios, por su sombra” (Borges, 64).
[9] De acuerdo al
diccionario de la RAE: “Reptil del que los antiguos contaban fábulas y
prodigios. No se sabe a punto fijo a cual de los animales hoy conocidos
corresponde”. En el texto, se le vincula con el poeta Marco Anneo Lucano, cuya
obra principal, “Farsalia”, versa sobre la guerra civil; el canto VI de éste,
por descontado, es uno de los documentos más completos sobre Necromancia que
persisten de la Antigüedad.
[10] Panero es
principalmente poeta, perteneciente al movimiento de los Novísimos. Sin
embargo, también destaca como cuentista, ensayista y traductor sui generis.
[11] Nos menciona
el narrador: “Entonces no eran necesarias para ello (adoptar a un niño)
tantas y tan minuciosas investigaciones
como ahora lo son, de modo que, a pesar
de ser yo quien era, pensé que aquello sería perfectamente factible”. Más
adelante averiguamos que en el tiempo en que trascurre la narración las teoría
de Freud son aún recientes y no muy conocidas, lo que nos sitúa por lo menos en
principios del siglo XX, ya que por otro lado los automóviles ya son comunes en
el texto.
[12] “Adonai” es
uno de los nombres Hebreos de Dios; por lo tanto, los que moran en las
estrellas podrían ser los ángeles.
[13] Ya en su
primer libro “Los sueños de la bella durmiente”, aparecido en 1978, González
había escrito un tríptico que también rinde homenaje a Lovecraft, “La herencia
de Cthulhu”.
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