31.8.17

Diario de lectura.


Reto de lectura, Agosto: Leer sólo biografía, autobiografía y auto-ficción. 



- El desbarrancadero. Fernando Vallejo. Tras el ciclo de “El río del tiempo” y la inusual (para Vallejo) “La virgen de los sicarios” apareció “El desbarrancadero”, en el cual esa voz narrativa de Fernando Vallejo (su doble literario, su confesión en prosa) toma como punto de partida la agonía de su hermano Darío, víctima del SIDA. Pero como en todas las ¿novelas? ¿novelas autobiográficas? ¿prosas de auto-ficción? de Vallejo, esa anécdota no es mas que el punto de partida para una serie de recuerdos hilvanados. También de toda suerte de protestas contra todo y contra todos, como es característico de su obra. Mientras nos habla de los últimos días de Darío y de su relación con él (a veces fraternal, a veces amistosa, a veces de hecho incestuosa y a veces distante), también se explaya en la muerte de su padre (“papi”) y arremete contra su madre y el más joven de sus hermanos (“la loca” y “Cristoloco, el Güevón”). De paso, los obligatorios recuerdos esbozados en otras obras —el infaltable globo rojo de “Los días azules”, algunos pasajes de “Los caminos a roma” y de “Entre fantasmas”. Y hasta la metáfora literaria, en que la muerte de Darío es también la muerte del propio Fernando, para narrar o bien desde el más allá o bien desde el diván de un psicoanalista, según se quiera ver. 

La de Vallejo es una de las pocas narrativas que se proponen provocar absolutamente a todos, y si a menudo cae en contradicciones (lo que se alaba en una página se aborrece cinco páginas después y viceversa) es porque así es la propia naturaleza humana. Muchas de sus sentencias son hiperbólicas, por supuesto —a veces incluso graciosas, a veces con algo de berrinche y otras con algo de ironía. Pero lo que yace en el fondo es lo que de hecho cruza casi toda la narración de Vallejo (con la posible excepción de “La virgen de los sicarios”, que hasta éste punto de su obra sería la más propiamente novelesca): Una eterna nostalgia por la infancia perdida. Claro que lo que hace especial a la infancia es el hecho de que se acaba, y de que se acaba rápidamente. Así también la vida, pareciera ser lo que propone éste libro en particular. Las vidas que se aprecian, aunque el narrador insista en que no, son las que se van, las muertes que pesan sobre los vivos. No en balde se idealiza a los muertos que en vida eran objeto de peleas y se odia a los que sobreviven, así hayan sido también objeto de pasajes entrañables. Presumiblemente, hasta que caigan también en el desbarrancadero del título: El paso a la muerte que a todos nos espera. 


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