18.11.19

Z (confesión)


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Hace dos meses corrí de mi casa al hombre que por años creí mi mejor amigo. Fue, ahora comienzo a entenderlo, el gran derrumbe de una estructura que llevaba años en lenta erosión. 

Conocí a Z. en la escuela secundaria, como a mediados de los 90, por medio de algún amigo en común. En ese entonces y por un buen tiempo me costaba mucho hacer amistades. Quizá por eso me sorprendió que fuera el primer conocido que me llamó para ir al cine, el primero a quien veía fuera de la escuela. 

A veces nos juntábamos con otros amigos de él; otras, solo nosotros dos. Era simpático y excéntrico, que es como yo me sentía. Soy zurdo, alto para la medida mexicana, llevo auxiliares auditivos y en ese entonces llevaba lentes. Además soy gay, homosexual, aunque en ese entonces no había salido del closet. 

Él simplemente tenía gustos que en nuestro colegio de origen Benedictino eran poco comunes. Le gustaba la música de trova y frecuentaba círculos de política liberal. 

Pero incluso entonces tenía dos hábitos extraños: Uno, él iba a menudo a mi casa y entraba a mi cuarto, pero yo rara vez podía entrar a su casa (las primeras veces me hizo esperar en una esquina mientras él iba por dinero o por otras cosas) y jamás me dejó ver su habitación. Y dos, siempre llegaba tarde a todo, y siempre con excusas que lo volvían culpa de otros. 

Seguimos siendo amigos después de la secundaria, de la preparatoria, de la universidad… No solo seguimos carreras distintas (él, Biología. Yo, primero Filosofía y después Literatura), sino que en todo el tiempo que estuvimos en el colegio, jamás estuvimos en el mismo salón de clases. Aún y así seguimos en contacto. Teníamos varias cosas en común, gustos en películas y televisión, por ejemplo. También fue él quien me animó a asistir a conciertos y otros eventos masivos. 

Salí del closet hasta cerca de los 23 o 24 años. Z. fue, creo, la tercera persona a quien se lo conté. Supuestamente lo tomó bien, pero al día siguiente me dijo que se había impresionado tanto que lo había contado a su familia y que su madre le había prohibido verme. Esto, claro, me enfureció contra ella por años. Ahora dudo de su historia. 

Es que antes de eso, hubo un amigo mutuo que también salió del closet. Y ahora que lo recuerdo, supimos antes de eso de otro más. En ambos casos Z. decía ser de mente abierta y que los apoyaba… pero entraba en pánico cada vez que se acordaba. Me decía que estaba convencido de que ambos “querían con él”…

…ahora mismo he tenido que interrumpir la escritura porque al recordar he caído en cuenta que no fue uno. Ni dos. ¡Tantos y tantos amigos y conocidos que resultaron ser gay! Y de cada uno decía Z sentirse cómodo y que él era de mente abierta…

Pero estaba convencido de que todos, pero todos, querían cogerlo. 

También creía lo mismo de una muchacha, amiga de una chica que a él le gustaba. “Seguro es lesbiana y quiere con ella”, me dijo tantas veces. 

Hasta ahora me doy cuenta de hasta donde llegaba su maldad. 

***

Hace cosa de por lo menos cuatro años comencé a ver un terapeuta. Como suele suceder en estos casos, salieron muchos resentimientos y rencores, muchos más de los que imaginaba. Y en algún punto descubrí que simple y sencillamente estaba harto de Z. 

Pero siempre me costó decirle que no. Curioso, dije una y otra vez, ¿por qué sólo con él? ¿Por cariño? 

También ahora sé que no era eso. Es que el hombre era sumamente hábil para manipular, y con los años había conseguido que de hecho ninguno de sus amigos fuera capaz de negarle nada. Porque si lo hacíamos argüía mil cosas, inventaba otras, insistía, en fin: Simplemente se aferraba a lo que quería, y lo hacía de maneras tan hábiles que todos creíamos “el problema no es él, es que soy muy pusilánime”. 

Pues bien, hace alrededor de dos años, fui a ver a Z. con la intención de decirle que quería que cortáramos, que no nos viéramos ni habláramos nunca más (por cierto que es exactamente lo que él quería que hiciéramos cuando salí del closet). Me lo encontré lloroso; me confesó que lo corrían de su casa y me pidió asilo. 

La situación familiar de Z. era peculiar, o más bien eso creía él. En realidad era una situación sumamente común en México y en tantas partes del mundo. Vivía con su madre, su tía y una prima (que entonces llamaba su hermana porque habían crecido juntos). Cuando su madre murió, la prima, que para entonces se había ido, volvió junto con su marido e hijas. Z. argumentaba que lo corrían porque ya no había espacio para él. Yo creía que lo corrían porque llevaba más de diez años sin terminar su carrera ni conseguir trabajo. Ninguna resultó ser la verdadera razón. 

Pero eso lo supe hasta después. Esa noche acepté darle asilo en mi casa. Vivía yo en un departamento y tenía un inquilino, el cual fue lo suficientemente bondadoso para aceptar al arrimado en el sillón. 

Hay que decir que por mucho tiempo ésta convivencia fue agradable. Noches de películas o televisión, largas conversaciones sobre todos los temas… 

Pero fue la última etapa feliz. Y lo que es más, también me hizo daño, pero de maneras que hasta mucho después comprendí. 

Me afectó la dieta y los horarios. Como no se dedicaba a nada, prefería dormir hasta la madrugada, si no es que la mañana, y pasarse la noche entera viendo televisión. Insistía en que lo acompañara. También se las arregló para que yo realmente lo alimentara y para que bebiésemos alcohol casi a diario. En muy poco tiempo vació todas las botellas que tenía para ocasiones especiales y con insistencia consiguió que cada semana hubiese por lo menos un pastel completo en casa, que desaparecía en cosa de un día. 

Tenía la dieta y los horarios descontrolados y el ánimo peor que nunca, y ni siquiera me daba cuenta de a qué se debía. 

En todo el tiempo que vivió en mi casa no fue capaz de pagar una sola cuenta, así le diese yo el dinero. Simple y sencillamente no revisaba el correo e inventaba cualquier pretexto. No fue capaz de siquiera abrirle la puerta al plomero ni al electricista, ni nada. Lo único que hacía era lavar los platos, y eso con la condición de que le pusiera música para amenizar. ¡Cuantas veces no llegaba yo a casa en la tarde o en la noche y me lo encontraba con las cortinas cerradas, viendo caricaturas en piyama! Porque muchos días no se vestía ni se bañaba. Solo se arreglaba si iba a ver a alguna muchacha. No concluía su Licenciatura, cuyos estudios había concluido ya desde hace más de trece años. Un trabajo que le consiguió un amigo, para ser tutor de una muchacha de secundaria, lo abandonó al poco tiempo con otro pretexto: Que tenía que dedicarle tiempo a su novia. 

Cuando mi inquilino se fue, las cosas empeoraron: Z. se apropió el cuarto que quedó libre pero no para dormir en él, sino para llenarlo de todas las cosas que hasta entonces había distribuido en casas de cuanto amigo pudo convencer. Es difícil pintar una imagen que por extrema parece inverosímil: El hombre no poseía ni un solo mueble, pero jamás fue capaz de deshacerse de ninguna prenda, de ningún libro e inclusive de ningún “recuerdo”, como por ejemplo botellas vacías en recuerdo de alguna fiesta. El cuarto quedó tan lleno de cachivaches que simple y sencillamente no se podia entrar en él ni abrir la ventana ni usarse para absolutamente nada. Al muy poco tiempo apestaba y se volvió un criadero de moscas. 

Dos años y medio. Todo ese tiempo en una situación cada vez peor y que además yo había querido terminar desde antes. Era imposible razonar con él: Cuando no desviaba la culpa y como él mismo lo decía “echaba un rollo mareador”, si se le regañaba enérgicamente lloraba (es difícil describir a un hombre de treinta y tantos años llorando como un niño) y juraba que resolvería la situación. Se entregaba con entusiasmo a esa solución por uno o dos días y de inmediato perdía el interés. 

Todo concluyó con una larga, muy larga conversación un día de Septiembre del año 2019. Ese día completo lo tenía libre, así que decidí sentarme con él para, usando otra de sus frases, “conversar largo y tendido”. Le hice notar por lo menos cinco faltas y que para cada una tenía una excusa; que siempre era culpa de alguien más, pero nunca suya. Lo extraordinario es que yo creía que íbamos bien, que sí había conseguido hacerle entrar en razón. Ya muy entrada la noche surgió un último tema: Que últimamente ya no solo llegaba tarde a todos los compromisos sociales. No llegaba. Decía que sí pero faltaba, sin avisar ni dar razón. 

Me respondió que había vuelto con su novia y que sería mejor que ya no lo invitaran a nada porque se dedicaría por completo a ella. Su respuesta me dejó tan atónito que le dije que si iba a ser tan irresponsable no podía quedarse más. Ni para el fin de año ni para el fin de mes: Que tenía que irse cuanto antes. 

Me respondió: “¡Admite que crees que soy gay y que quieres conmigo!”

Ahí fue donde algo se rompió. 

Ese día y el siguiente se mostró inusualmente cariñoso: Me abrazaba a cada rato, me decía que yo era su mejor amigo y que qué haría sin mí. Me percaté de que años atrás, eso me hubiese hecho sentir cariño. Recientemente, asco por su falta de higiene. Pero ahora… no sentía nada. Absolutamente nada. 

Al tercer día le ordené darme sus copias de las llaves e irse. Que aún podía pasar por lo que necesitara para el fin de semana y que después mandara a alguien por sus cosas. En recoger las cosas “para el fin de semana” se quedó hasta las dos de la mañana, y solo porque de nuevo perdí la paciencia y lo obligué a irse. 

El siguiente día dijo que vendría con un camión de mudanza y que se iría a vivir con un pariente en Hidalgo, el cual le daría trabajo. Llegó con un taxi y una amiga. Parece mentira, pero sacar todas sus cosas tomó desde las cinco de la tarde hasta las cinco de la mañana. Sin un solo descanso. 

Tomó el fin de semana completo desinfectar el cuarto con cloro y limpieza profunda. 

Y aún quedó lo peor: Al conversar de todo lo que pasó con varios amigos y ponernos a comparar notas descubrimos el verdadero problema de fondo: Que nos mintió durante años. A mí y a todos. 

Desde que había concluido sus estudios de Licenciatura cerca del año 2005, pasó por una serie de proyectos de Tesis o de titulación. En todos terminó por pelearse con su asesor, y siempre les echaba la culpa a ellos. A uno lo acusó de querer abusar de él. 

Mentira: Lo que ocurrió fue que no pudo concluir ni uno solo de esos proyectos. Como todo lo que emprendía, comenzaba con entusiasmo, perdía el interés, e inventaba cualquier cosa para nunca concluir pero tampoco dejar limpiamente. Ganó muchos enemigos en la academia, y hasta el último momento sostuvo que era sólo por tener gustos “inusuales”. ¿Cuales eran esos gustos? Según él, la música de trova y la poesía española. 

Decía haber sido corrido de su casa por maldad de sus parientes. Yo creí siempre que era por su pereza. Ambas versiones eran incorrectas. Desde que su madre murió, echaba mano de la caja fuerte en que se guardaba todo el patrimonio familiar de su madre difunta y de su tía. ¿Qué hizo con los objetos de oro, de plata, y con otros objetos valiosos? Los empeñó. Jamás conoció otra manera de hacer dinero. ¿Dinero para qué? Para simple y sencillamente vivir su vida normal. Pasear en taxi. Asistir a conciertos. Salir al cine. Viajar en camión. Nada más… durante años. Para cuando lo descubrieron, todos los recibos de empeño habían expirado y no fue posible recuperar nada. Pero, de nuevo, todo ese dinero no lo usó más que para seguir su vida como siempre. Fue incapaz de aceptar que con la muerte de su madre su situación había cambiado por completo. Que ya no era el niño mantenido por mamá, y que ya no podía hacer todo lo que acostumbraba. 

La novia en cuestión era de hecho la única novia que tuvo. Antes contaba milles de anécdotas que resultaron ser falsas: Todas eran muchachas con las que había tenido a lo sumo una cita o inclusive un solo escarceo. Ninguna era una relación formal. Pero en todas se construía una relación en su cabeza. Hasta el último momento estaba convencido de que se casaría con esta última novia; jamás se percató de que cuando él decía eso, ella lo miraba a ver incómoda y atónita. 

Siempre fue mentiroso y manipulador. Pero con los años se convirtió en un auténtico mitómano. 

Lo que no puedo perdonarle es ese último comentario que hizo. Que resultara que durante años fingió aceptarme y en el fondo siempre desconfió de mi, como lo hizo con todos los demás amigos gay. Presumía de tener mente abierta pero también decía cosas absurdas como que él mismo se sentía minoría porque supuestamente lo discriminaban, de nuevo, por sus gustos en música. 

Tampoco le perdono cómo me hizo sentir tan inseguro por años. Como criticaba todas mis habilidades, mi tamaño, mis desiciones, mi orientación sexual. Como me convencía de que todos los demás homosexuales que él conocía eran perversos y que todos los demás heterosexuales que conocía eran homofóbicos. 

Prácticamente todos los que lo conocimos teníamos la impresión de que él mismo era gay. Siempre le ofendió eso, y decía que no por la orientación. Supuestamente le ofendía la estupidez de la gente por equivocarse. 

¿De donde viene tanta inseguridad? ¿Cómo puede alguien ser tan terco que prefiere vivir en un mundo de fantasía que resolver problemas sencillos? No lo sé y en su caso ya no me importa. 


Y así quedo yo, finalmente sin él, intentando recuperar mi vida. Pensando cuántos años se perdieron por querer complacer a alguien tan inseguro que prefería los dos nos hundiéramos en la mediocridad. 

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